El poder de la envidia cada vez está sofisticando más sus métodos y conseguir atacar a multitud de personas. El último ejemplo lo encuentro en el ciclista estadounidense Armstrong, al que acaban de despojar de sus siete tours de Francia entre otros títulos… ¡y todo por ser acusado de dopaje! Aunque sólo sea por un rato, vamos a encender eso que llamamos cerebro y que muchas personas pasean de forma banal. Razonemos.
Correr un Tour de Francia requiere, por mucho dopaje que te metas en el cuerpo, un entrenamiento y capacidad asombrosos. Yo en la bicicleta casi me muero a partir de la media hora… ¡no me imagino estos campeones que se tiran semanas corriendo cientos de kilómetros! Pero es que además de correr el Tour… ¡este señor los ganaba! (yo siempre lo veía de pequeñito y ciertamente me caía mal porque lo ganaba todo, pero era una envidia sana, sin maldad alguna).
Ahora bien, puedo entender que algunos deportistas tomen unas sustancias que ayudan más que otras. Es obvio que todo deportista toma sustancias para mejorar sus condiciones, y la única diferencia es si están permitidas o no. La trampa siempre parece ir delante de los laboratorios, y de ahí que haya mucho dinero en paralelo para hacer a un deportista más triunfador.
Pero miramos a Armstrong, ¡y resulta que le van a quitar siete tours de Francia! O este señor es muy inteligente, o las más de 500 veces que parece que le han hecho el control… ¡se lo han hecho auténticos memos! ¡Esto no es real! Además sólo le toca a Armstrong… ¡vaya qué casualidad! Entiendo que a Armstrong le de un poco igual el tema, porque sabe muy bien lo que ha ganado, y podría pedir ahora daños y perjuicios a las personas que han hecho los controles de forma tan ridícula.
Estamos perdiendo el rumbo, y aquí parece que se le puede quitar la gloria a cualquier de la noche a la mañana. En mi opinión, si Armstrong se hubiera dopado con alguna sustancia no permitida, que todo es posible, entonces en Francia deberían cerrar ya la competición del Tour por tener controles tan incompetentes. Y si Armstrong no se ha dopado, que todo es posible, entonces deben ya dimitir todos los farsantes que están acorralando a tan grandioso deportista.
El deporte no puede ser desfigurado en los despachos. Maldita envidia que acaba en un te odio.
El poder de la envidia cada vez está sofisticando más sus métodos. El último ejemplo lo encuentro en el ciclista estadounidense Armstrong
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