Nunca te quise creer y pensé que me podría comer el mundo. Esa fue siempre la frase de vida que tenía en mente. Pero siempre me recordabas que tuviera cuidado que habría momentos de aprendizaje muy malos, por más que los quisiera evitar. Claro, mamá siempre te contradecía y decía… ¡el Cosmos, el Cosmos, el Cosmos!, siempre nos otorga todo lo necesario. Recuerdo tu sonrisa entre calada y calada de los Ducados.
Mi padre se llamaba como yo, Pedro Amador, y de él aprendí rápidamente a organizar mi cabeza con un montón de ideas. Mi padre llevaba más de 25 años trabajando en la multinacional Repsol (antes Butano), y no tenía precisamente ni mal puesto ni mal sueldo. Era curioso, porque encendí el acelerador y me tomé la vida a un ritmo que mis padres jamás me pidieron. El caso, es que no sé muy bien el motivo, pero iba pasado de revoluciones.
Con sólo 26 años, cuando volví a España después de mi aventura en una multinacional holandesa… ¡comencé a cobrar más sueldo que mi padre! Podrán pensar que trabajaba en otro sector (el informático) o que tenía una ingeniería (mi padre sólo era perito), pero sea como sea, mi padre tenía infinitamente más experiencia y sabiduría que la que podré tener yo en varias vidas. Pero ya ven, llegué a ganar más dinero que él. Mi padre se prejubiló pronto, y tras llevar media vida en Madrid, decidieron retirarse a la Costa del Sol, para vivir sus últimos años más cerca de la familia y ver el mar todos los días.
Recuerdo que estaba en Cataluña, en una convención de mi empresa, cuando llamó mi tía varias veces al celular. Saben que si no respondo a la primera no deben insistir, pero se repitió la llamada. Cuando salí a atender la llamada en mitad de la conferencia me dijeron que mi padre había fallecido. En cuestión de instantes, sin haber pasado por ninguna enfermedad trágica.
La sorpresa me pudo. Reconozco que reaccioné por inercia y salí corriendo para el aeropuerto, que estaba a cien kilómetros de donde me encontraba. En un tiempo récord que ni soy capaz de comprender, llegué a Málaga en sólo cuatro horas y pude abrazar a mi madre. Rápidamente, y como resultaba ser el cabeza de familia, preparé todos los preparativos del funeral y toda la logística que resulta alrededor de un entierro.
La misa previa a la incineración se realizó en Arroyo de la Miel, una ciudad cercana a Málaga (a más de 600 kilómetros de Madrid). Entonces, y sin entender muy bien la razón, apareció un montón de gente que desconocía por completo, pues no eran familiares ni amigos cercanos. Más de 30 ó 40 personas saludaban efusivamente a mi madre y a mí me daban el más profundo pésame. En ese momento no entendí nada, pero me lie a dar abrazos a todo el mundo. Poco a poco mi madre me fue presentando a un montón de personas que habían recorrido más de 600 kilómetros sólo para darle el último adiós a mi padre. Ya no trabajaban para él, ni tenían ninguna vinculación de ningún tipo. Sólo venían porque habían recibido la noticia y querían despedirse de una persona que el algún momento había entregado lo mejor de si mismo. Decían auténticos elogios de mi padre, y francamente, jamás los olvidaré.
Desde ese momento no he vuelto a pensar si ganaba más o menos dinero que mi padre, pues jamás le recuerdo por si me dejó dinero o no. Algunas veces pienso en las cuentas emocionales que describe Stephen R. Covey y cabría pensar que mi padre generó en muchas personas un saldo emocional prácticamente infinito. Marcó el listón muy alto y desde entonces sé que lo importante en la vida es que lo ofreces a los demás, no lo que ingresas en una cuenta corriente, lo que pones a tu nombre, o las conquistas que cosechas.
Sólo espero que un día se sienta orgulloso de mí, porque él me enseñó a no sentirme por encima de los demás. Al igual que espero transmitir la misma sensación a mi hijo. Los Amador podremos tener muchos fallos, pero en compartir, humildad, y empeño, no nos quedamos rezagados. Gracias papá, que descanses en paz.
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