Hoy quiero reflexionar sobre uno de los mecanismos más sutiles, pero devastadores, que emplea el sistema político para mantener su control: la disidencia controlada. Este concepto, aunque controvertido, revela cómo los poderes establecidos orquestan la aparición de nuevos partidos o movimientos “opositores”, que en realidad forman parte de un juego calculado para perpetuar el statu quo.
Pero la disidencia controlada no es un fenómeno exclusivo de los países o sistemas políticos. También ocurre en organizaciones, empresas e incluso pequeños grupos sociales. Es una estrategia que trasciende las fronteras de los gobiernos y se instala allí donde haya estructuras jerárquicas y una lucha por el poder.
La disidencia controlada consiste en fomentar o permitir la aparición de nuevos partidos políticos, movimientos sociales o incluso figuras dentro de una organización que aparentan oponerse radicalmente al sistema. Estos grupos o individuos parecen desafiantes, prometen cambiar las reglas del juego, pero en realidad son manipulados desde las sombras para servir a los intereses del poder establecido.
El objetivo es simple: dar la ilusión de cambio, canalizar el descontento popular o interno hacia estructuras que puedan ser controladas o neutralizadas. Estos movimientos o personas, en vez de amenazar al sistema, refuerzan sus pilares al dividir a la sociedad o al equipo, desviando la atención de las verdaderas transformaciones.
Tomemos como ejemplo el caso de Estados Unidos. La figura de Donald Trump - ahora que viene un nuevo mandado del que sin duda es uno de los mayores líderes tóxicos de este siglo-, alabada por algunos como un outsider dispuesto a desafiar al sistema, ha sido vista por otros como un producto de la disidencia controlada. Su censura en redes sociales, los cortes de sus discursos en televisión y la debilidad aparente de su rival, Joe Biden, plantean preguntas inquietantes.
¿Y si Trump y Biden, en lugar de ser opuestos, fueran parte de un mismo juego político diseñado para polarizar a la sociedad hasta el punto de generar conflictos que beneficien a los grandes poderes globales? (un momento, vuelve a leer la pregunta, que tiene su jugo). Esta hipótesis, aunque audaz, invita a reflexionar sobre cómo el poder utiliza la fragmentación y la polarización para mantener su dominio.
En el ámbito organizacional, la disidencia controlada adopta formas más sutiles pero igual de efectivas. Por ejemplo, en algunas empresas se tolera o incluso se promueve a ciertos empleados que cuestionan el sistema, pero siempre dentro de un marco controlado. Estas voces críticas son absorbidas en proyectos o comités que les dan visibilidad, pero donde su impacto real es limitado. Esto permite canalizar la insatisfacción sin poner en riesgo la estructura del poder.
Esta situación está vinculada a lo que detallo en uno de mis post favoritos con miles y miles de visitas "Las 10 reglas que utiliza un INCOMPETENTE profesional", donde analizo cómo ciertos sistemas se perpetúan con normas internas que frenan cualquier cambio genuino. Por ejemplo, menciono cómo una regla aparentemente sencilla como exigir aprobaciones interminables para cualquier cambio puede sofocar la creatividad y desmotivar a quienes buscan mejorar procesos. En estos entornos, las reglas son diseñadas para que incluso la crítica sea inofensiva y termine reforzando la estructura establecida.
En España, también hemos visto ejemplos que algunos interpretan como disidencia controlada. Movimientos como Vox y Podemos (de Ciudadanos ya ni se acuerdan) han irrumpido en el panorama político con promesas de cambio, ganándose el apoyo de millones de ciudadanos cansados del bipartidismo. Sin embargo, su aparición también ha sido utilizada para dividir y fragmentar a la sociedad, desviando energías de una verdadera transformación.
Estos movimientos reciben visibilidad, son alimentados por el sistema, y luego son absorbidos o destruidos por las mismas estructuras que dicen combatir. Como comparto en "Los Nuevos Tipos de Conferencistas Felices", la verdadera disidencia no busca aplausos ni titulares; es silenciosa, efectiva y, sobre todo, auténtica.
¿Es fácil abrir los ojos y detectar la disidencia real? Francamente no es nada sencillo, y a continuación te paso algunas ideas que uso en mi día a día (seguro hay muchos más tips en Internet):
La disidencia controlada es el arte de mantener el poder mientras se da al pueblo la ilusión de cambio. Sin embargo, el verdadero cambio no viene de movimientos orquestados ni de figuras que se autoproclaman como salvadores. Viene de la reflexión personal, de la autoconciencia y de una acción constante y genuina que no necesita la aprobación de los poderosos.
Recuerda: la verdadera disidencia no se compra ni se vende; se vive.
La próxima vez que veas a un nuevo partido, movimiento o incluso a una persona cuestionando una organización, pregúntate: ¿Quién está realmente detrás? ¿Cómo está influenciando tus pensamientos y decisiones? Y lo más importante, ¿qué puedes hacer para mantenerte libre y consciente? Y cuidado... porque cuando alguien viene de verdad a cambiar el sistema... ¡lo sacan disparado!
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